24 de abril
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25 de abril
Impresión de autobiografía:
Eugenia
Extrovertida
a veces, introvertida casi siempre. Ella, Eugenia la chica de mirada incierta,
algunos dicen que triste otros más, decían que si eras capaz de verla a los
ojos por algunos segundos podían ver la inmensidad del universo.
Callada en ocasiones,
cuando algo le molestaba sólo movía la cabeza de un lado a otro, no sólo
desaprobando la situación, sino era como una manera de sacudir sus ideas y
empatarlas con el alma.
Poca gente
llegó a conocerla, cuando la veías por fuera, ella era lo más paciente que
pudieras haber visto, comentaba cuando en realidad sentía esos deseos por
hablar, una pequeña mueca se dibujaba en su rostro cuando estaba de acuerdo con
la opinión.
Su paciencia
frente a los demás se convirtió en una tremenda impaciencia para consigo misma,
deseaba siempre que todo le saliera bien, se esforzaba por hacerlo más que bien
, a veces le resultaba, otras más, sólo salía.
La gente que
la conocía, sabía que ella desde hace muchos años comenzó con una revolución
interna, tanto de sentimientos, como de existencia. Nadie podía definir en
realidad la carga que llevaba esa revolución sólo sabían que tenía la necesidad
de encontrar la congruencia en sus actos así como en su ser.
Su lucha día
a día no era tan cotidiana como las de los demás, no peleaba por levantarse
temprano para ir a trabajar, no se quejaba del quehacer del día a día, ella, se
quejaba de la incongruencia de su humanidad.
Recordaba
como de pequeña le fastidiaba que su madre pasara horas frente al espejo
poniéndose miles de cremas para cuidar su piel. Le hostigaba llegar tarde a
cualquier reunión, señalaba la injusticia y la desesperación, quería comerse de
un bocado la indecisión.
Una noche
Eugenia antes de dormir, se observó fijamente al espejo por largos minutos,
recorrió cada parte de su cuerpo, cada cicatriz, cada peca, cada maraña de su
cabello, cada iris que formaba sus ojos marrones, cada pulso de su ser. Se dio
cuenta que muchas cosas de las que ella reprobaba las llevaba impregnadas en su
tez.
Ahora, era
ella quien se cuidaba la piel, tanto como lo hacía su madre. Quien a veces por cuestiones
ajenas o no, llegaba tarde, quien ya no sólo señalaba las injusticias sino que
también las cometía, ya no sólo veía la desesperación sino que toda ella era desesperación,
que hacía tanto tiempo que no tomaba decisiones que sólo fuera para ella, es
decir que implicaran un verdadero cambio en su existencia.
Eugenia, esa
es Eugenia, aquella que hasta hoy sigue observándose en el espejo y en su revolución
de día a día. Sigue trazando caminos para poder encontrar la congruencia en la
incongruencia del mundo y de la existencia.
Sigue
llegando tarde, por su culpa o no sigue haciéndolo, no sólo observando
injusticias pelea por no hacerlo, trata de despellejarse la desesperación
aunque casi siempre fracasa, sigue arañando su indecisión porque al final del
camino a veces encuentra una pequeña vocecilla que le grita: ¡Eugenia!
¡Eugenia! La revolución es el cambio inmediato del ser gracias a las
circunstancias que así lo ameriten, la revolución es algo profundo que se vive
día a día, no se piensa. Se percibe en todo tu ser con súbitos y estruendosas rupturas, no existe el orden. La revolución
afecta estructuras, deja que te envuelva deja que te violente que viva de ti,
deja que tu orden sea un verdadero caos.
A Eugenia,
esa vocecilla le taladraba el alma sabía que tenía que dejarse abrazar por
todas sus circunstancias y dejarse confiar en los brazos del tiempo y porqué
no, del dolor.
26 de abril
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27 de abril
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28 de abril
Libro de ortografía